Gárgolas insomnes

Julio 29 de 2009

Debo ofrecer disculpas y corregir: No es Hugo Hiriart la ignominiosa pluma al servicio de un eventual estado de sitio en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y especialmente en su Facultad de Filosofía y Letras (FFyL), sino Pablo Hiriart, quien firma y afirma en La Razón, diario del que aparenta ser dueño, director y articulista, pero en los hechos funge como prestanombres de Carlos Salinas, la fantasiosa historia de que el auditorio Ché Guevara es usado como guarida por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército Popular Revolucionario (EPR), y relaciona con el narcomenudeo, desde una mirada no menos delirante o con bien calculada pero muy mala fe, a las organizaciones y los colectivos estudiantiles independientes, que promueven la autogestión al amparo de la autonomía universitaria.

El asesinato ocurrido el 2 de junio en las inmediaciones de Filosofía y Letras sirvió de pretexto a las "autoridades" para realizar un operativo policiaco dos días después que a su vez sirvió para medir la capacidad de respuesta por parte de trabajadores y estudiantes a un posible desalojo del auditorio Ché Guevara, en donde operan Radiokupa, Ruido de la Calle y varios colectivos, así como a la instauración de un estado de excepción también posible que abriría las puertas y ventanas de la UNAM a la pretendida guerra "contra" el crimen organizado, cuyo poder fáctico parece estar detrás del poder formal en todo el país, empezando por la presidencia de la República, usurpada, espuria, ilegítima, corrupta, que no resiste ni a la más mínima tentación totalitaria, pero es absolutamente incapaz de autolegitimarse haciendo algo que sirva de algo a los intereses públicos y fue reprobada en las recientes elecciones que pusieron a prueba su aceptación o rechazo popular.

Envalentonada por el sorprendente éxito de su experimento anterior, que acuarteló a la población entera en sus casas, la mafia que detenta el poder supremo en México y lo cede a las fuerzas armadas progresivamente, fracasó en cambio con su ensayo a escala en la FFyL de la UNAM, pues la respuesta de la asamblea en el auditorio Ché Guevara fue inmediata y suficiente para retirar al personal de vigilancia y demás cuerpos parapoliciacos, al cerrar el circuito universitario como protesta y medida de presión, lo que no descarta una eventual incursión del ejército federal con uniforme de policía gris, pues cualquier espacio de autonomía y autogobierno, por mínimo que sea, es un símbolo demasiado peligroso para el poder omnímodo que, a falta de legitimidad, recurre cada vez más a la fuerza pública. De ahí que también exista el riesgo de una incursión militar en los municipios autónomos.

Corregido lo cual, reitero (no retiro) lo dicho en el texto anterior, aunque quizá sea otro error llamar "amiga" a una persona que me ha negado su firma tres veces, me ha dejado plantado un par de veces más, otra vez fingió que no me había visto en un restaurante de Coyoacán y, finalmente, nunca me pagó por la última colaboración que tuve con la agencia Fempress antes de que ella entregara la corresponsalía. Quizá sea un error seguir pidiéndole firmas a gente "moderada" que permite el secuestro del país por una camarilla criminal y la continuación de la llamada "guerra sucia" hasta nuestros días.

Al recordar que Salinas de Gortari revivió al torturador Miguel Nassar Haro y creó una Dirección de Inteligencia expresamente para los represores estelares en el capítulo abierto de la "guerra sucia" (Arturo Acosta Chaparro, entre ellos), se me ocurrió una historia truculenta y maquiavélica, digamos, como las de Pablo Hiriart, pero desde el otro extremo. A ver qué les parece: María Teresa Jardí interpuso en 1988 una denuncia penal contra Miguel Nassar Haro, quien permanece impune pero eclipsado, mientras que ella terminó trabajando a su vez para la mismísima policía salinista. ¿Por qué no suponer entonces que Nassar Haro, Acosta Chaparro y demás perpetradores de los peores crímenes de estado, en vez de pasar al pasado, valga la redundancia, pasaron a la clandestinidad para seguir cometiendo los mismos crímenes en el presente? De ahí que el "gobierno" espurio se niegue a que esos criminales sean juzgados en el país o por instancias supranacionales, como la Corte Internacional o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y más bien, por el contrario, promueva reformas legales que restringen los derechos civiles y amplían algo que en los hechos es un fuero de guerra. ¿En qué gasta el poder ejecutivo federal su discrecional "partida secreta", valga otra vez la redundancia? ¿Alguien lo sabe? ¿Puede obligarlo a divulgar ese dato la Ley de Transparencia? ¿Hay información al respecto en el Archivo General de la Nación? ¿Por qué México sigue siendo el paraíso de la impunidad mientras en el resto de América Latina son identificados los cuerpos enterrados en fosas comunes clandestinas, así como a los secuestradores, torturadores y asesinos, a los traficantes de niños recién nacidos, a los autores intelectuales y materiales de crímenes contra la humanidad, como el genocidio y la desaparición forzada, y son sometidos a juicio y condenados en público? Dejo pues esta desvelada hipótesis a su criterio para que la mediten o den la espalda cómodamente a la realidad de cara a la televisión mientras los dueños del país por la fuerza nos dejan sin nada, ni siquiera en qué pensar.

[] Iván Rincón 2.21 AM

Actualización al 3 de agosto. Debo ofrecer disculpas y corregir de nuevo: No son las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo (FARP), como decía la corrección corregida, sino las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), las que tienen presencia en el auditorio Ché Guevara, junto con remanentes del Ejército Popular Revolucionario (EPR), y no es un delirio del salinista Pablo Hiriart esa presencia, sino una realidad, la neta sea dicha con todas sus letras. Pensé que era un error de mis fuentes referirse a las FARC y no a las FARP, estando en México, pero es ampliamente conocido el vínculo entre las FARC y sectores más o menos sectarios de la izquierda mexicana, específicamente universitaria. Quizá sea una hipérbole considerar al auditorio Ché Guevara como "guarida" de grupos guerrilleros, pero el hecho de que tengan presencia allí es precisamente eso: un hecho. Quizá sea esporádica esa presencia y quizá la pésima leche de Pablo Hiriart, que pretende justificar una eventual incursión militar en la UNAM, se haga acompañar de una ignorancia supina, al referirse al EPR, que dejó de existir como tal hace largo rato al escindirse en dos o tres grupos todavía más insignificantes, en consecuencia. Nada de esto hace menos salinista a Pablo Hiriart; el hecho de que este personaje sea prestanombres de Carlos Salinas es precisamente eso: un hecho, y es públicamente conocido a nivel mundial, salvo acaso por alguien que confunda a México con algún país árabe. La confirmación de presencia guerrillera en la Facultad de Filosofía y Letras y la existencia de narcomenudeo, no porque lo señale Pablo Hiriart, sino porque lo ha documentado la Agencia Proceso (Apro), hace altamente probable una incursión del ejército federal con uniforme de policía gris en la UNAM, así que más nos vale estar alertas.

En una de las incontables conferencias de prensa que dimos como Consejo Mexicano 500 Años de Resistencia en 1992 se apersonó un individuo de Sendero Luminoso pidiéndonos chance de tomar la palabra en presencia de los medios de comunicación. Por supuesto, lo mandamos olímpicamente al carajo. Así de anecdótica ha de ser la presencia guerrillera en el Auditorio Ché Guevara y quizás el gobierno mismo la genera, igual que el narcomenudeo, como pretexto para su próximo golpe militar. Que haya personas ajenas a la UNAM, que a veces cobren la entrada a los unamitas auténticos y que el lugar esté hecho un cochinero es otra cosa, muy otra.

[] Iván Rincón Espríu

Julio 24 de 2009

De secuestros a secuestros y del pesimismo a la amargura

He vuelto a las andadas, a mis rachas desgastantes de rencorosa memoria y frustración sin límites, a las obsesiones que me desvelan en vano y me desbordan, a tomar diariamente litros de té negro en vez de comer, a mi aspecto de vampiro en consecuencia con una horrible mancha roja en la frente, casi en medio de las cejas, y al ejercicio de media noche (contraindicado por los médicos) en Copilco y esporádicamente en General Anaya. A Copilco no regresaba desde que era mi rumbo cuando estudiaba inglés en el CUC dominico, después de usar las oficinas del Centro Vitoria como centro de operaciones telefónicas, y hacía ejercicio en el parque de enfrente hasta que ocurrió cerca de allí un secuestro express y la policía sospechó que yo era un "muro". Nunca supe a quién secuestraron, pero quizás era alguien "importante" porque llegaron diez patrullas o más nada más por mí, lo cual me hizo un "muro" gigante, como el que ha levantado Israel en territorio palestino. Terminaron ofreciéndome disculpas y explicándome qué es un "muro", pero sin que yo lo advirtiera inhibieron mi regreso al gimnasio de Copilco al aire libre durante casi quince años, porque además vendí el coche que tenía entonces y no he vuelto a comprar otro; ahora uso el de mi papá, que es mi vecino. Un "muro" (si acaso recuerdo bien el nombre y no lo estoy rebautizando) es la gente que se queda en donde tuvo lugar un delito, o relativamente cerca, para observar el movimiento policiaco y "dar parte" a los cómplices, informar in situ si hay moros en la costa o ya no. La hipérbole de aquella movilización en torno mío habla de la imbecilidad extrema que ha caracterizado siempre a la policía de este país. No es necesario ningún muro para detener a toda la policía en la investigación inmediata de un secuestro o el delito que sea; ella misma lo inventa, como los activistas paranoicos, enfermos de miedo y otras debilidades mentales, que inventan "orejas" de Gobernación y toda clase de espías entre ellos mismos. Esa hipérbole fue también el corolario del hostigamiento que padecí durante aquella época porque la policía veía con desconfianza que yo hiciera ejercicio a mitad de la noche y tuve que lidiar con su brutalidad hasta que ocurrió un colmo traumático, incidente que superó con mucho lo anecdótico. Uno de los agentes, evidentemente acomplejado por su estatura física y mental, observaba con envidia también evidente mis músculos pectorales (entonces inmensos, envidiables para los hombres y apetecibles para las mujeres, modestias aparte) y balbucía que si yo ignoraba qué es un "muro" no era periodista. Yo en cambio les decía: "El tiempo que me hacen perder lo pierden también ustedes; están dándoles tiempo a los secuestradores para escapar, llegar a su escondite, lograr su objetivo. Por eso nadie respeta a la policía de este país". En los hechos, yo también fui secuestrado esa noche durante una hora que aproveché con sardónica sutileza o sorna mordaz y táctica sicológica para humillar a mis secuestradores: "¿No les parece un poco exagerado juntar a diez patrullas alrededor de alguien que ni siquiera tiene relación con el delito que deberían perseguir?" Y terminé invirtiendo los papeles, pues uno de los patrulleros estaba notoriamente narcotizado; parecía que había mezclado marihuana y cocaína con alcohol, y me consta que la policía se narcotiza antes y después de sus operativos. "Usted está drogado", le dije; "a ver, sópleme". Siempre ha sido una vergüenza la policía de este país y siempre ha sido una vergüenza este país, que tiene la policía que merece y el "gobierno" que merece, tan abyecta y corrupta la una como sórdido y corrupto el otro. Antes consideraba reaccionario ese dicho; ahora me parece una simple neta... Ahora hay un puesto de policía en ese parque y yo hago ejercicio a la hora que sea sin despertar sospechas estúpidas, sin que me hostigue gente infrahumana y submental, a la que hago un favor llamando gente, salvo uno que otro fumador.

Tanto en General Anaya como en Copilco fui testigo reciente de una brigada nocturna que se dedicó a la destrucción de propaganda electoral, quizá de ciertos partidos o de todos; eso no lo sé, pero parecía coordinada con la policía, pues primero pasaban las patrullas y después la brigada antipropaganda en dos o tres vehículos, actuando con entera libertad, sin que reapareciera otra patrulla, quizá por coincidencia o casualidad; eso tampoco lo sé, pero creo que me dio gusto ver en acción a semejantes bándalos, aunque su rastro destructivo hacía todavía más absurdo el millonario gasto en propaganda electoral, doblemente contaminante, primero por la saturación visual y después por no ser biodegradable, hecho sumamente grave que hay que sumar a lo que pagamos todos en impuestos, inclusive quienes no votamos, que somos la mayoría, no solo en el padrón electoral, sino también entre los consumidores que pagamos el IVA en general. Además, la burocracia del IFE (Instituto del Fraude Electoral), que no se caracteriza precisamente por su talento ni por su honestidad, tiene sueldos ofensivos para los ochenta millones de mexicanos que sobrevivimos en la miseria. "Conozco a esos plebeyos / soy uno de ellos".

Ahora que regreso a Copilco después de casi quince años, he visto desde lejos al fraile dominico Miguel Concha Malo, que en realidad no es malo, sino bueno como el pan, pero dejó deformar su cuerpo hasta ser comparable con el de Cuasimodo. Yo menos que nadie debería hablar mal de este señor porque es una de las personas más nobles y respetables que he conocido en toda mi vida, tan accesible y generoso que aceptó ser colaborador del periódico 6 de Julio cuando se lo pedí hace casi veinte años, pero físicamente ha quedado para llorar y supongo que no está muy consciente de ese aspecto; si alguna vez se viera desde lejos se deprimiría, a menos que fuera indolente con su propia persona, lo que me parecería por demás paradójico, pues Miguel Concha es la única personalidad pública, para hablar de algo actual, que ha denunciado la criminalización de la protesta social y particularmente de las radios comunitarias, tanto como Aleida Calleja y Daniel Iván, que también son personalidades públicas, pero incipientes en comparación con este activo defensor de los derechos humanos de grupos vulnerables que, además de presidir el Centro Vitoria, es articulista de La Jornada, experto en derecho internacional. Si diez patrullas o más para mí solo fueron una hipérbole, también puede considerarse como tal la desproporcionada represión a una estación de radio libre llamada Tierra y Libertad que transmitía con un watt de potencia, represión calculadamente ejemplar en la que una persona, Héctor Camero, podría pisar la cárcel por la osadía de apropiarse del aire, hecho que sentaría un precedente nefasto. El ejército federal con uniforme de policía gris contra una señal de radio con un watt de potencia. ¡Qué vergüenza!

Al ver en acción a la brigada antielectoral recordé mis lejanas épocas electorales, antes de mi transición radical, cuando seguramente habría denunciado esta destrucción. En 1991 representé al PRT en el distrito XL del DF y tuve que defender una barda que nos correspondía por sorteo, pero el PRI pintaba su propaganda encima de las pintas del PRT, que no se cansaba de pintar una y otra vez encima de las pintas del PRI, hasta que los bándalos de este partido terminaron tirando la barda. Lo mismo ocurrió con Televerdad. En octubre de 1994, mientras la Convención Nacional Democrática viajaba en caravana rumbo a Chiapas, la policía desmanteló Televerdad y decomisó todo, incluyendo su antena de quince metros, por lo que Televerdad se levantó de nuevo con un equipo más modesto y una pequeña antena instalada en lo alto de un gran árbol. Entonces llegó la policía, desmanteló Televerdad (su precaria cabina de transmisión), decomisó la pequeña antena y taló el árbol.

El puesto de policía en el parque de Copilco hace impensable que yo esté allí drogándome o que sea un secuestrador, un asaltante o algo por el estilo, pero en las inmediaciones de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM fue asesinada una persona presuntamente por pleitos entre narcomenudistas que se disputan el campus universitario como terreno para sus operaciones de compraventa, versión que abonan las plumas al servicio del régimen fascistoide cada vez más apuntalado en todo el país, al agregar que el auditorio Ché Guevara es usado como guarida por células de guerrilla urbana. Hugo Hiriart, hermano de mi colega y amiga Berta Hiriart, es una de esas plumas ignominiosas, que también está al servicio de los Krauze, clan aliado con grupos editoriales que reciben dinero de la CIA y que podría recibir por su parte dinero del Mossad. Lo cierto es que ahora el asesinato en Filosofía y Letras (que, lejos de ser un semillero de grupos subversivos, es zona de yuppies izquierdistas, izquierdosos y advenedizos, entre pura gente política, ideológica y sexualmente ambigua) ha servido como pretexto para imponer allí un estado de excepción, un estado de sitio parapoliciaco. Rencoroso como soy, este hecho me recuerda que Berta Hiriart no quiso firmar una carta de protesta contra el asalto a la UNAM de hace una década por la Policía Federal Preventiva, una banda paramilitar formada por violadores sexuales de hombres y mujeres, violadores impunes de las garantías individuales y colectivas, así como de los más básicos y elementales derechos humanos. La "razón" de Berta Hiriart para no firmar esa carta era la relación que yo denunciaba entre la toma de la UNAM y las bandas paramilitares en Chiapas. Ahora no firma la carta que promuevo para que se vayan todos los secuestradores de la Cineteca Nacional porque los llamo secuestradores... Una vez coincidimos Hugo Hiriart y yo en la sala de su hermana mientras ella se bañaba. Yo había redactado una carta, para variar, que demandaba la desaparición de la Dirección de Inteligencia y el enjuiciamiento a Miguel Nassar Haro en 1988. Berta había suscrito aquella demanda, pero su hermano me contestó por teléfono que él nunca firmaba nada. "Es increíble que ni siquiera una carta contra alguien tan criminal como Nassar Haro quieras firmar", le decía yo con la mirada, que él evadía en la sala de una espléndida casa de Coyoacán, como si no tuviera un ápice de carácter. Durante más de media hora estuvimos sentados frente a frente sin decir palabra. En cambio, cuando le pedí al profesor Adolfo Gilly su adhesión, me comentó que él mismo había sido víctima de tortura por parte de Nassar Haro. Carlos Beas también lo fue, según me contó años después en Juchitán. Como titular de la antigua Dirección Federal de Seguridad, Nassar Haro lo había torturado con palmadas en la orejas, hecho que yo jamás habría imaginado.

En fin. Hay cosas que puedo perdonarles a mis enemigos, pero no a mis amigos. Vicente Marcial tampoco firma la carta contra el secuestro de la Cineteca Nacional porque, en vez de pedir que se "corrijan las anomalías", exijo que se vayan todos. Pedirles corrección a unos secuestradores sería como esperar que Felipe el espurio se comportara como un demócrata, le dije a Vicente Marcial, que ahora opta por un silencio cómplice, como el de Berta Hiriart. Rencoroso como soy, este hecho me recuerda que fui jefe de información del periódico local Tobi ne Tobi en Juchitán cuando un asesino llamado Víctor «Moro» murió durante un enfrentamiento a balazos con la policía municipal. Por supuesto, escribí un reportaje al respecto, pero el director formó un comité de censura estalinista integrado por Vicente Marcial (entonces director de la Casa de la Cultura) y otros dos personajes menores; él mismo se integró al comité dizque de redacción y tuvimos una acaloradísima discusión a puerta cerrada en la que terminaron mayoriteándome para que el periódico no tocara el tema de Víctor «Moro», censura cobarde y vergonzosa que ocasionó mi renuncia, renuncia que a su vez ocasionó la desaparición del periódico. Y mi reportaje se publicó de todos modos porque, para desgracia de los censores sin más "criterio" que el miedo, yo era también corresponsal de Motivos en el Istmo de Tehuantepec. Los juchitecos bromeaban con respecto a Tobi ne Tobi, cuyo nombre en diidxazá o zapoteco del Istmo oaxaqueño significa devolver cada golpe que uno recibe: "Ese periódico no se vende, pero qué tal el director..."

Al confirmar esta patética tibieza de mis amigos que no cambian, no crecen, no maduran, ni mucho menos se superan, sino por el contrario, en vez de corregir su cobardía, la reivindican años y lustros después, entiendo el secuestro de un país por el crimen organizado, así como el repunte del autoritarismo totalitario y fascista y el irresistible avance de la militarización y la descomposición de la vida pública y privada, y recuerdo, rencoroso como soy, una conferencia de prensa en la que Leopoldo de Gyves (Polín) y Carlos Beas, entre otros, denunciaban un proceso de "colombianización" en México, mientras el entonces naciente y siempre oscuro EPR vaticinaba en una entrevista clandestina el peligro de que las dictaduras militares volvieran del pasado en América Latina y se hicieran presentes en este país con la imposición de un presidente civil por el poder castrense. El vaticinio de aquel personaje clandestino resultó lamentablemente profético... Después de la conferencia de prensa en San Cristóbal de Las Casas le pregunté al "enviado permanente" de Excélsior en Chiapas si escribiría algo de lo que se había dicho y textualmente me contestó: "No se pueden hacer denuncias tan cabronas". Muchos años después, el público de habla hispana escuchó su voz dándole consejos por teléfono a Kamel Nacif en contra de Blanche Petrich.

El presidente impuesto por el poder castrense, que dice combatir al crimen organizado, con el cual comparte las guarderías del IMSS y la infraestructura del ISSSTE, desde la cabeza hasta los pies, entre otras cosas, ha dado un golpe de estado a escala, ahora en Michoacán, otro en Chihuahua y uno más en las Huastecas, mientras el ejército federal mexicano participa en maniobras conjuntas bajo el mando unipolar del Pentágono, hecho gravísimo que debería movilizar masivamente a la "sociedad civil" de todo el país. El secretario de Gobernación ha hecho explícita la voluntad política de que los peores crímenes pretéritos del estado sigan impunes porque tienen y seguirán teniendo continuidad; la llamada "guerra sucia" continúa (hay todavía ocho presos loxichas desde hace más de una década), pero a muy pocos nos produce asco la suciedad de esta guerra, porque resulta más cómodo ser cobarde y dar la espalda a la ofensiva que tener dignidad y defenderla; resulta más fácil encarar la televisión para evadir la realidad que es fea, mientras el país se despedaza inexorablemente, se deshace, con el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial, así como la policía y el ejército, al servicio del deshonor, la traición a la patria, la dictadura del dinero y el poder fáctico del crimen organizado.

Mientras tanto, he vuelto a las andadas, al ejercicio nocturno contraindicado, a beber diariamente litros de té negro en vez de comer, a mis rachas depresivas y deprimentes de rencorosa memoria y odio infinito (sobre todo a mis vecinos), rachas obsesivas y obsesionantes que me desvelan en vano y en las que solo puede salvarme de una recaída alcohólica la actividad física intensa, el desahogo violento; de tanto patear tubos de hierro en vez de personas de carne y hueso, tengo los pies amoratados; un hambre voraz me despierta de madrugada y me atraganto de chocolate, por lo que mi nivel de triglicéridos está a más del doble de lo normal y ya tengo de nuevo los seis kilos y medio que había perdido en Puerto Escondido y Zipolite; por primera vez, mi cintura y mi abdomen son más anchos que mis caderas y nalgas... Desgraciadamente, los tiempos no cambian, pero el cuerpo sí.

[] Iván Rincón 11.28 PM

Julio 16 de 2009

Para documentar mi pesimismo

Al saber que alrededor de 30 mil personas, según algunos cálculos, marcharon el sábado pasado en Hermosillo por la tragedia del 5 de junio y la ignominia que puso al descubierto esa tragedia, sentí una singular alegría. La sociedad por fin despierta y se moviliza, pensé, pero un contrapeso equilibró la balanza y me hizo ser más bien objetivo (en la objetividad no cabe alegría de ningún tipo, según su acepción periodística). Las sucesivas marchas de ahora en Hermosillo reeditan las de hace tres años en Oaxaca de Juárez, cuando parecía que los manifestantes estaban en camino de tirar al tirano cuya tiranía los había unido y sumaba otras fuerzas sociales a la suya, la del magisterio local inicialmente, médula ósea y columna vertebral de lo que poco después sería el cuerpo de la APPO. Esta vez no se trata de tumbar un gobernador que, por dormir como bebé ciego y sordo al multitudinario reclamo de justicia, terminó quemado mientras dormía, con la salvedad de que no sufrió una violencia física intensa y tan inmensa que desborda el cuerpo humano, sobre todo el de un bebé, ni quedó lacerado para siempre; las elecciones lo castigaron con la resurrección priista, que también es un castigo para la sociedad en su conjunto. ¿Hacia dónde caminan entonces alrededor de 30 mil personas unidas por el dolor de 77 bebés y siete adultos calcinados en vida? Por lo pronto, esta desgracia única en el mundo ha destapado una cloaca de podredumbre concentrada: el «Seguro Social» en México cede sus obligaciones al crimen organizado; mil 500 guarderías -así llamadas porque guardan a los bebés como a cualquier cosa- no son más que un negocio particular de las principales familias que usurpan el poder supremo en México y lo comparten con grandes capos del tráfico ilegal de narcóticos y armas, entre otras lacras, quienes lo usan a su vez para lavar dinero sucio. Vaya paradoja: los reaccionarios más ignorantes y los ignorantes más reaccionarios consideraban al IMSS como "socialista" hace años. Y no olvidemos que a la cabeza del ISSSTE se halla posicionado hoy un tal Miguel Ángel Yunes Linares, cuyos vínculos con el narcotráfico son públicamente conocidos, tanto como su pederastia (que nadie tenga los ovarios de Lydia Cacho para denunciarlo es otra cosa), y es aliado político de Elba Esther Gordillo, otro personaje sórdido en la cima del poder.

Ahora sabemos un poco más, nos indigna y colma de coraje, pero yo me pregunto si era necesario que murieran en llamas 48 niños menores de cuatro años (más de la mitad tenía menos de tres) y 29 quedaran con lesiones de por vida para que encaráramos el secuestro del país por una mafia sin alma, no digamos vergüenza ni sensibilidad, mucho menos honestidad, que es algo absolutamente ajeno a esta clase de gente, si acaso es gente, ni "vocación de servicio", "lealtad a la patria" y todas esas patrañas verborreicas de la demagogia que nos sermonea desde la escuela primaria.

En la vida real, México es un país de múltiples aberraciones gigantes, como esa que llaman «Seguro Social» y tiene de seguro y social lo que el espíritu de santo y la carabina de Ambrosio, un «Instituto Mexicano» que tiene de instituto lo mismo que un manicomio gringo y de mexicano lo mismo que la "cultura política" del nepotismo, el amiguismo, el influyentismo y un largísimo etcétera de PAN con lo mismo, además de la tranza, la corrupción, el trinquete, el cochupo, el chanchullo, la mordida, el chayote, el albazo, el madruguete, la maniobra vil, el chantaje, la extorsión, la negociación bajo "las heladas aguas del cálculo egoísta"... aberraciones gigantes, decía, como ese elefante blanco al que llaman hospital y tiene de hospitalario lo mismo que una cárcel, que sirve para amputar piernas y brazos a diestra y siniestra y su director parece más bien un barrotero de pacotilla, ladrón y embustero, y el llamado Congreso de la Unión no tiene los tamaños para mandar y demandar su renuncia, porque tampoco tiene dignidad, y la Ignominiosa Cohorte de Suprema Inmundicia (como la absolución a preciosos y pederastas) cobra los sueldos más altos del mundo por irse de vacaciones antes que atender sus obligaciones morales, porque ni siquiera sabe que tiene obligaciones morales.

En México la política es sinónimo de corrupción y, bromas aparte, puede ser magistrado de la República una persona que ignora si el Distrito Federal es un estado y si el robo de un recibo de teléfono es delito federal (me consta porque una hermana de mi papá llegó a tales alturas con tales ignorancias, pero con un sueldo de 113 mil pesos mensuales de aquel entonces, además de prestaciones y otras propinas, que después se triplicaron, junto con las percepciones de los consejeros electorales, que por ley son iguales). En México tienen lugar las elecciones más caras del mundo para que luego el ejército y la policía nos impongan como «presidente de la República» a un monigote del crimen organizado, un «Eliot Ness mexicano», según el humor negro de Obama (por supuesto, aquí los cárteles de la droga, las bandas paramilitares y los maltratantes de Ciudad Juárez son intocables). En México, único país del mundo con un monumento a la madre, nadie ha logrado que los autores de crímenes contra la humanidad, como el genocidio y la desaparición forzada, sean juzgados y condenados como en el resto de América Latina; el pueblo de este país ni siquiera lo ha intentado. En México, la llamada sociedad civil es pasiva y retraída por los protagonismos chapuceros que la repelen, y estos protagonismos ocurren porque ella es pasiva y retraída; se trata de una espiral en donde las causas y los efectos se invierten, son el reflejo infinito de un espejo frente a otro.

Tenían que morir asesinados 48 bebés por negligencia criminal con una violencia incendiaria y sobrevivir al infierno del techo en llamas que les cayó encima otros 29 con imborrables huellas físicas y mentales para que alrededor de 30 mil personas salieran a las calles de Hermosillo como lo hicieron hace tres años los maestros de Oaxaca y después el pueblo en general antes de que se impusiera el tirano usurpador en el estado a sangre y fuego con la descarada complicidad del tirano usurpador en el país. ¿Cambiarán las cosas ahora sí? ¿Por qué es necesario que haya mártires? Al parecer, así como la corrupción es costumbre y tradición en la "cultura política" mexicana y eje articulador de la existencia disfuncional del estado, el martirologio es la raíz de la protesta multitudinaria, la movilización masiva espontánea, la que se gesta y organiza con independencia y al margen del estado y sus anacrónicos partidos políticos... ¿Alguien no ha leído la novela Oficio de tinieblas, de Rosario Castellanos, inspirada en la historia real de un levantamiento indígena que dio inicio con el sacrificio de un niño crucificado por el siempre fanático pueblo de Chamula?

En conclusión, la disyuntiva entre la indolente pasividad de nuestra sociedad civil y un genocidio infantil que la sacuda y despierte del letargo para corregir algo de lo mucho que anda mal en este país de vergüenza, burla y vacilada, o quedarse frustrada en el intento después de abrigar ilusiones y esperanzas inútiles (no olvidemos la masacre de Acteal, otro crimen de estado ejemplarmente impune, cuyas víctimas lo fueron y siguen siendo en vano) es tan nefasta y lamentable como la confirmación de que Televisa, el futbol y la tragedia son los motores de cualquier movimiento masivo en México; esa también es una tragedia.

[] Iván Rincón 3.39 AM

Julio 4 de 2009

Crónica de una adopción simbólica

Ofelia Medina me colgó del cuello... Perdón. Va de nuez. Ofelia Medina hizo colgar de mi cuello, sobre mi pecho, un pequeño cartel con la foto de un niño. Debajo de la foto está el nombre del niño: Iván Israel Foz. Junto al retrato hay un globo que dice: "Tengo 2 años". A los lados hay tres estrellas de colores; hasta abajo, unos globos sin letras, también de colores, y un árbol de mandarinas. Tanto la ilustración como las letras son infantiles, al menos en apariencia. El niño sonríe dulcemente con rasgos orientales, al menos en apariencia.

En un gesto que probablemente pareció majadería me lo quité de encima. "Déjame verlo antes", dije. "Es uno de los niños quemados", comentó Ofelia. "Ya lo sé", contesté de modo que probablemente pareció otra majadería. Unas son apariencias y otros son pareceres.

Con ese cartel en el pecho caminé desde el IMSS hasta la representación del gobierno de Sonora en el Distrito Federal, donde los oradores se sucedieron con altavoces quizá sin enterarse de que no podía escucharlos más que la gente momentáneamente cercana. Me acuerpé tanto como fue posible, y una pareja mayor me preguntó si yo era el padre del niño cuyo retrato llevaba en el pecho. "Afortunadamente no", respondí sin pensarlo y entonces me invadió una profunda vergüenza.

Una niña de aproximadamente seis años comentó: "Ese niño duró muy poco, nomás tres años". Estaba viendo un cartel similar al mío que alguien había dejado en el altar de la protesta pública a las puertas de la casa del gobierno sonorense. En una extraña suerte de reflejo infantil, hice girar hacia mi cara la de Iván Israel. "Tengo 2 años", me dijo, y un escalofrío recorrió mi cuerpo de los pies a la cabeza.

Cuando la multitudinaria manifestación estaba por terminar, busqué a Ofelia Medina. "¿Te lo devuelvo?", le pregunté, quitándome el cartel de encima.

-¿Sí? -respondió, preguntando a su vez-. Bueno -se contestó ella misma, haciéndolo pender sobre su pecho-, porque el mío se lo llevó otra persona -y reaccionó con una especie de repetición invertida-. ¡No, mejor quédate con él, porque tú fuiste donador y tienes más derecho que yo!

Cerca de rebatir su evaluación, al sentir el cartel de nuevo en las manos, solo atiné a decir: "Gracias".

-Gracias a ti -contestó ella.

Un fotógrafo de Bucareli News había tenido serios problemas para tomarme una foto de frente, por lo que recurrió a la petición. "Yo no soy el padre", le dije. "¿Puedo tomarte una foto de todos modos?", insistió. "No, mano; mejor no". En seguida saludé a una conocida que me preguntó: "¿Es tu hijo?"

-No, es un santito que Ofelia Medina me colgó.

En el camino de regreso a donde ahora escribo estas tonterías traje el cartel en el pecho porque era la única forma de evitar su maltrato. Lo cuidé sin reparar en mi cuidado, su cuidado, como si fuera más bien una actitud aséptica del instinto. Después caí en la cuenta de que se trata de algo sagrado. Ahora lo veo y pienso que, debajo del globo con las palabras: "Tengo 2 años", podría decir: "y fui calcinado vivo junto con muchos otros niños por la negligencia criminal de la mafia que usurpa el poder en este país". Pero no dice eso porque a los dos años de edad nadie dice eso. A tan tiernas alturas de la vida, la mente está limpia de semejante coraje, semejante indignación.

Nunca se me ocurrió buscar a sus padres para decirles algo. Hasta ahora lo pienso. Quizá nunca se enteren de que adopté a su hijo, que reclamaré justicia tanto como ellos y no descansaré hasta saber encarcelados a los asesinos de 48 niños. Hasta ayer eran 48, pero hoy leí una manta que decía 49. ¿Ha muerto uno más? La suma de muertes es más bien una resta; el resultado de la operación es siempre un número negativo. Escribí esta reflexión matemático-necrófila el sábado pasado que la columna Desfiladero de Jaime Avilés hablaba de 47 "bebitos" muertos y yo actualizaba la cifra con un mensaje que no fue publicado, quizá porque lo envié demasiado tarde o porque alguien ejerció censura. Y ayer en la noche, cuando leí el pronunciamiento al respecto, que dice textualmente "pequeñas víctimas", me asaltó otra reflexión por el estilo: El tamaño de las víctimas es inversamente proporcional al de la tragedia; cuanto más pequeñas son ellas, más grande es ésta.

He buscado el nombre de Iván Israel en la lista de niños asesinados por la ignominia que hace negocios privados con los cargos públicos, esa que privatiza las ganancias y socializa las pérdidas, que monopoliza el poder y democratiza el sufrimiento, que trafica influencias, influenzas y muerte... Afortunadamente, no encuentro su nombre aquí, pero veo que 25 de los 48 niños (más de la mitad) tenían menos de tres años, y en otros dos casos no se precisa la edad. Ojalá que no muera ni uno más, nunca jamás. Ojalá terminaran quemados los genocidas y los responsables de las desapariciones forzadas, los que atentan contra la humanidad, aunque fuera en sentido figurado, metafóricamente hablando. Ojalá que ardan en el infierno o los consuman las llamas en la cárcel, a donde no ha parado ni uno de los autores de los crímenes de estado que abundan en la historia de este país a la venta, más bien a remate por rematadores y requete asesinos, feminicidas, infanticidas, ecocidas...

Curiosamente, el retrato de Iván Israel que traje conmigo en el pecho, que tomé literalmente a pecho, llamó tanto la atención de adultos como de niños muy pequeños, incluida una bebé, en el camión y el metro. ¿Quién lo hubiera dicho? Ahora soy un segundo padre, uno simbólico, una especie de padrino telepático, a mucha honra, que lo asume en serio y piensa llevar hasta sus últimas consecuencias este hecho. ¡Qué caray!

[] Iván Rincón 8.24 PM

Junio 30 de 2009

El texto anterior al paréntesis por la segunda vez que cumplo 22 años fue corregido gracias a una gentil precisión de Vanessa Bauche, tan encantadora ella por escrito como en pantalla y seguramente en persona. Yo señalé algunos errores del documental que produjo, y la productora señaló un error del crítico, además de comentar el asunto brevemente. Coincidimos en que la principal aportación de Bajo Juárez - La ciudad devorando a sus hijas es mostrar el aspecto humano de la tragedia en la capital nacional del feminicidio y que no aporta nada nuevo en términos informativos y más bien complementa el documental Señorita extraviada, de Lourdes Portillo, así como los libros Huesos en el desierto, de Sergio González Rodríguez, y Cosecha de mujeres, de Diana Washington. Sin embargo, me permito hacer entonces una crítica más sin ningún afán de descalificar este trabajo que efectivamente es emotivo, tiene ese efecto en la sensibilidad medianamente informada. El tráiler promocional pregunta en boca de varios actores: "¿Te atreverías a descubrir la verdad?" "¿Te atreverías a saber qué hay detrás de los asesinatos de más de 400 mujeres?" Y dice: "Aunque estés harto de escuchar de Ciudad Juárez, no tengas miedo de saber la verdad". El recurso publicitario despierta curiosidad morbosa y uno se pregunta en cambio: ¿Se atreverán a "descubrir" (poner al descubierto, públicamente) la verdad? ¿Se atreverán a denunciar qué hay detrás de los asesinatos de más de 400 mujeres? Y se dice: Aunque estén hartos de hablar de Ciudad Juárez, no tengan miedo de que se sepa la verdad. ¡Échenle huevos y ovarios! Pero el documental no hace eso. El tráiler no corresponde al trabajo de Alejandra Sánchez y José Antonio Cordero, sus directores, sino al de Lourdes Portillo, Sergio González y Diana Washington, principalmente.

Partamos de la base. Lo que ocurre en Ciudad Juárez, Chihuahua, desde que Francisco Barrio Terrazas asumió la gubernatura del estado a finales de 1992 es un genocidio y los genocidios son crímenes de estado en la medida que se cometen desde las cúpulas del poder político, desde sus más altas esferas, aunque los autores materiales sean asesinos rasos. En casi 17 años esta masacre, fábrica de sufrimiento previo y posterior a la muerte, ha tenido como saldo el secuestro de más de 460 mujeres para hacerlas objetos desechables de violación sexual tumultuaria, torturas y mutilaciones, antes de asesinarlas, así como la desaparición de otras más de 600 que sufrieron o sufren, cabe imaginar, la misma suerte. Son más de mil víctimas directas, a quienes se suman sus familias, que pagan la culpa de los victimarios a veces con la vida, luego de la tortura y la cárcel. El genocidio es un crimen que atenta contra la humanidad, lo mismo que la desaparición forzada, que además es permanente: se comete durante el tiempo que la persona esté desaparecida, o sea, para siempre, en la mayoría de los casos; por eso no prescribe, nunca se olvida ni se perdona jamás (salvo en México, el paraíso de la impunidad). Como las escaleras se barren de arriba abajo, los principales responsables de los crímenes de estado que concurren en esta barbarie son los presidentes de la República, desde el usurpador en 1988 hasta su similar en 2006.

Francisco Barrio fue presidente municipal de Ciudad Juárez, bastión del cártel de Juárez, que financiará años después su campaña para la gubernatura del estado. Junto con el cargo público, Barrio asume en privado el papel de pelele o títere del crimen organizado, con el cual tiene deudas inconfesables, pero inocultables. "Aquí no pasa nada del otro mundo; han matado a unas cuantas putas y eso pasa en todos lados". El poder criminal detrás del poder formal se expande al hemisferio y, además del narcotráfico, incluye el tráfico de armas y órganos humanos, la producción de videos sucios y pornografía infantil, industria a la cual no es ajeno Kamel Nacif Borge, corruptor de menores y mayores, explotador de mujeres maquiladoras, patrón de góberes "preciosos" y patrocinador de Vamos México, la fundación de Marta Sahagún de Fox.

Los funcionarios de Barrio directamente responsables de que el cártel de Juárez haga y deshaga a sus anchas son promovidos por Lozano Gracia, procurador panista incrustado en el gobierno de Ernesto Zedillo, un presidente genocida, primero por la ofensiva militar de 1995 en Chiapas, que traicionó el aparente proceso de paz y militarizó dicho estado o, por lo menos, la "zona de conflicto", que geográficamente coincide con la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, y después por la masacre de Acteal, culminación de otro genocidio sistemático, en este caso perpetrado por bandas paramilitares formadas a su vez por el ejército federal con financiamiento "social", engendro de la militarización y la contrainsurgencia, en cuya gestación cumple una protagónica función Eraclio Zepeda. Esos funcionarios estatales -volviendo a Chihuahua- (mencionados en el texto anterior) forman parte del "equipo de transición" de Vicente Fox y después ocupan puestos clave en el desgobierno federal, que hace simulaciones y farsas en cuanto al horror en Ciudad Juárez, como las fiscalías especiales y demás. ¿Qué hace al respecto el espurio en turno? Militarizar el territorio municipal con 5,500 soldados y otros 1,300 patrullando los alrededores, una vez que llegan a nueve los asesinatos diarios en promedio atribuibles al crimen organizado.

El artífice financiero de Amigos de Fox, estructura paralela al PAN durante la campaña de 2000 para la presidencia de la República y cuyos gastos rebasan los límites legales, por cierto, es Lino Korrodi, padre de Karla Korrodi, a su vez esposa de Valentín Fuentes Téllez, uno de los principales sospechosos de la bestialidad genocida en Juárez y otros lugares, como la capital del estado, según el Buró Federal de Investigaciones (FBI por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, que igual sospecha de Miguel Fernández, principal concesionario desde hace muchos años de The Coca-Cola Company también en Ciudad Juárez, por lo que tampoco en este caso pasa desapercibida la relación con Vicente Fox, quien fuera presidente de la misma empresa embotelladora en toda América Latina. Otros sospechosos para el FBI son Adolfo Cabada y Manuel Sotelo; uno es dueño de la televisora local Canal 44 y otro posee una compañía de transporte privado con numerosas unidades que viajan por el desierto fronterizo. Los cuatro son grandes magnates y tienen gran influencia en el poder formal, que no los ha tocado ni con el pétalo de una averiguación previa. Por el contrario, todo el sistema judicial de la entidad y su aparato de seguridad "pública" están al servicio de la red de secuestradores, violadores, torturadores, asesinos y demás que opera impunemente desde Guatemala hasta Canadá y España. Esta mafia, específicamente la familia de Valentín Fuentes, vende más del 90 por ciento del gas que importa Guatemala, país en donde también tiene lugar el síndrome de Ciudad Juárez. Además exporta gas a España, donde coincidentemente alguien destruye mujeres con el mismo sadismo. Esta familia contó con la protección de Francisco Minjares, jefe del Grupo Antisecuestros de la Procuraduría local, involucrado con el narcotráfico y "uno de los policías más corruptos y asesinos del estado", a decir del FBI. Minjares había concluido su investigación -plagada de irregularidades, como testimonios conseguidos bajo coacción- contra Abdel Latif Sharif Sharif, presunto asesino de mujeres en Juárez, cuando fue acribillado en 2003. Una de sus encomiendas, antes de abandonar la corporación en 2002, era la protección especial a familias poderosas del estado.

Después de su mandato en el estado de Chihuahua, ahora bajo el de Fox y sus "amigos", Barrio Terrazas es secretario de Contraloría y Desarrollo Administrativo (Secodam) hasta 2003 y jefe de la bancada panista en la Cámara de Diputados hasta finales del sexenio, cuando busca infructuosamente ser candidato del PAN a la presidencia de la República. Desde enero de este año dice representar a México en Canadá, como aquí los titulares del Poder Ejecutivo, sus secretarios de "Gobernación" (seguridad nacional) y Seguridad "Pública" (más bien privada) y los procuradores generales de "justicia". A nivel federal, ninguno de ellos ignora quiénes, dónde, cuándo y cómo hacen a cientos de jóvenes, en su mayoría trabajadoras, aunque también estudiantes, objetos de consumo desechable para placer demencial. Ellos son cómplices por omisión o comisión, tanto como los gobernadores del estado, sus secretarios de gobierno y seguridad "pública" y sus procuradores, que procuran tener mucho cuidado con el crimen organizado...

El documental Bajo Juárez, que era el tema, no hace acusaciones ("esa no es labor de los cineastas, sino de periodistas y/o investigadores", me dice la talentosa y carismática Vanessa Bauche, productora de este largometraje basado en una investigación que duró más de seis años), pero algunas pistas y evidencias, algunos indicios y elementos de la connivencia gubernamental en la masacre de mujeres y niñas. Un hecho contundente es la "aparición" del cadáver de Neira en presencia de una fiscal especial que ríe con singular alegría al día siguiente de que el procurador del estado, Chito Solís, bajo el mandato de Patricio Martínez García, espetara a los familiares de la muchacha: "Ya me tienen hasta la madre. ¿Quieren un culpable? Mañana mismo lo consigo". Entonces el funcionario sabía dónde estaba el cuerpo sin vida o quién lo tenía; nomás ordenó que lo sacaran del refrigerador y montaran la farsa del hallazgo ante familiares y medios de comunicación. Nomás les faltaba un chivo expiatorio y escogieron al primo que trabajaba en Chiapas cuando fue cometido el crimen porque era quién más presión ejercía sobre las "autoridades" locales con apoyo de una organización no gubernamental de Los Ángeles, California, defensora de los derechos humanos. Este caso es emblemático porque resume la sucesión de injusticia multiplicada o la multiplicación de injusticia sucesiva, cadena de sufrimiento, así como por el descarado cinismo y cínico descaro en los servidores públicos del crimen organizado, que debieron evitar que ocurriera o, por lo menos, esclarecerlo, hacer justicia, vaya, no más injusticia. El caso es representativo del grado de corrupción y descomposición del poder formal por su colusión con el poder fáctico del crimen organizado o poder criminal, que hace del poder uno solo, sea público o privado, político o económico.

El mérito de Bajo Juárez está en su efecto emotivo, pero su denuncia, ineludible fin siempre que sea tratado el tema, es demasiado pequeña para el tamaño de la tragedia y la ignominia, de tal magnitud a su vez que muy pocos lo ven y además asumen la complicidad del silencio.

Claro que todo lo anterior es pura hipótesis, que podría servir de guión a una película titulada
El silencio de los culpables. Cualquier parecido con la realidad es imaginario.

[] Iván Rincón 11.56 PM

Junio 23 de 2009

Hace 22 años que tengo 22 años, pero ya me siento como de 44. El paso del tiempo a través de mis entrañas ha dejado una sombra como huella, la sombra de mi alma en el espejo de las tinieblas, en mi refugio, mi celda monacal, guarida que no comparto con nadie, salvo mi soledad, y la salvo del naufragio entre los restos de mi cuerpo en ruinas asido a la tabla de la memoria, del pasado que no pasa, del pretérito presente. ¿Qué fue de lo que fui?, me pregunto ahora y me responde el sonido del ventilador y el de los purificadores de aire como noción de silencio con vocación de costumbre. Aquí sigo, escuchando el paso de las horas por las escaleras y los pasillos, el rumor del viento en el vidrio roto de mi ventana picoteada todos los días por una paloma a las diez de la mañana, en mi horario de abstemio todavía de cafeína, y el ruido que, también con vocación de costumbre, hace todo el tiempo el refrigerador y lo confundo con el de la bomba de agua. Aquí sigo, como el refrigerador, haciendo tiempo muerto para perderlo, para dejarlo pasar por no tenerlo, mucho menos detenerlo, soñando con los árboles que pueblan el día, respirando la noche que me habita, en este manicomio de maniquí desnudo, sin máscara ni más cara que su rostro, sin maquillaje. Aquí sigo, en este delirio de cartón piedra, en esta mi emboscada, mi abismo sin caída, mi pérdida sin grito, mi cueva sin eco, mi "laberinto sin luz ni vino tinto", mi renuncia...

Hace 22 años que tengo 22 años y, a pesar del desempleo vitalicio y la crisis perpetua, mi década de insomnio, mi alcoholismo redimido, mi cerebro apolillado, mi colon hecho globo, mis huesos hechos polvo y mi polvo hecho silencio... a pesar del hartazgo de mi cansancio y el cansancio de mi hartazgo, a pesar del verano, el otoño y el invierno sin ti, a pesar de París con aguacero y Venecia sin ti, a pesar de la guerra contigo y la paz sin ti, a pesar del golpe de estado policiaco y el horario de Wall Street, a pesar de la militarización y el secuestro de este país, estoy listo para batirme a muerte una vez más con la miseria y el vacío, la estulticia y el miedo, estoy listo para el cuerpo a cuerpo a ras de suelo, para cumplir mi amenaza y dejar hecho pedazos el muro que nos separa y dejar hecho añicos a quien levante otro y construir una casa con sus escombros, una casa de nadie para que sea de todos, en donde no haya nadie para que, demagogias aparte, quepamos todos, todos menos los que hoy nos excluyen del mundo.

Hace 22 años que tengo 22 años y estoy listo para seguir teniéndolos durante 22 años más, aunque termine sintiéndome como de 66, al fin y al cabo la edad siempre pierde ante los estados de ánimo. Empieza a envejecer quien deja de luchar. La dicha es mucha en la ducha. He dicho.

[] Iván Rincón 6.15 PM

Junio 4 de 2009

La voracidad implacable del olvido (Gabo)

Miércoles 3 de junio, 21.00 horas. En la entrada a las salas 4, 5 y 6 de la Cineteca Nacional hay tres personas más interesadas en unas palomitas de maíz que en la película y el público al que estorban y hacen esperar mientras la mujer que recoge los boletos les dice dónde comprar sus palomitas; el público soy yo, que tengo prisa por pasar al baño antes de ver la película; en el baño resbalo con un charco de agua sucia frente a los lavamanos, y no hay papel para secarse; me pregunto si así es aquí el regreso a la "normalidad", una vez superada la sicosis de la contingencia sanitaria.

La sala 5, donde será exhibido el documental Bajo Juárez, de Alejandra Sánchez y José Antonio Cordero, es una de las más pequeñas y, aun siendo miércoles, día que las entradas son más baratas, está vacía. Ser el único espectador me sorprende y hace sentir bastante raro; luego de unos minutos llega el grupo más interesado en sus palomitas que en la película; inmediatamente, llega también una pareja de jóvenes que se acomoda en la última fila con los pies en los asientos de enfrente, junto a mí, platicando con singular chorcha; comienza la función y el formato es el peor posible, con la calidad de imagen más baja posible (si acaso es posible hablar de calidad en estos casos) y la proyección está descuadrada; la pareja no deja de platicar en voz alta, casi a gritos, y mover los asientos de enfrente. Desde el principio, algo me parece familiar y caigo en la cuenta de que algunos protagonistas del documental son los mismos de un cortometraje que había visto seis años antes (supongo que Ni una más, también de Alejandra Sánchez). A la molestia por ver algo en pésimas condiciones y escuchar voces detrás de mí y sentir golpes y movimientos o vibraciones en los asientos, se agrega y crece la cólera inevitable ante una inmensa tragedia con todas las facilidades posibles, algunas realmente inconcebibles, inimaginables; las dolorosas expresiones de parientes, en su mayoría mujeres, de las víctimas de un sistema genocida, un feminicidio sistemático, las inteligentes exposiciones de tres expertos muy serios y muy bien documentados, así como la hipocresía, la demagogia y la burla de las "autoridades" competentes, cómplices por omisión o comisión de crímenes que atentan contra la humanidad o lo que al mundo le queda de ella, me producen un nudo en la garganta; procuro controlarme y fracaso en el intento; encaro enfurecido a la pareja de atrás y grito: "¡Oigan, cabrones! ¡Cállense ya o lárguense!" Intimidados (no creo que avergonzados), contestan asintiendo con la cabeza y, santo remedio, no vuelven a hablar, pero dejan los pies en los asientos de enfrente...

Si algo hace aparentemente distintos de entrada este documental y Trazando Aleida, de Christiane Burkhard, es su publicidad en pantalla. Los adelantos de Trazando Aleida, quizás editados en la misma cineteca, predisponen al público, al menos a mí, como si se tratara de un drama sensiblero y previsible, noción que afortunadamente cambia al ver el documental y conocer a la familia de la protagonista, así como a la realizadora (conocer también a jóvenes de la organización HIJOS y a la periodista y traductora Tania Molina es ganancia). La publicidad audiovisual de Bajo Juárez, en cambio, no son adelantos, sino brevísimos comentarios de actores y actrices (incluida Vanessa Bauche, productora del documental), la periodista Carmen Aristegui y la cantante Eugenia León (Aristegui dice más que todos los demás juntos). Sin afán de poner mayor énfasis en los errores que en los aciertos, lo primero que llama la atención es un error, pues el nombre completo del documental es Bajo Juárez - La ciudad devorando a sus hijas y, salvo que se refiera a "la ciudad" en sustantivo, lo cual es por demás improbable, no son hijas de Ciudad Juárez las únicas víctimas de tal voracidad; muchas son mujeres que viajan tres días en camión desde lugares como Veracruz para trabajar en las maquiladoras; inclusive la canción final tiene como tema central ese hecho y es el caso de una de las protagonistas.

El estreno comercial de Bajo Juárez ocurrió a principios de octubre pasado, así que su exhibición aquí tiene casi ocho meses de retraso (pues además lo presentan sin un ápice de vergüenza como "estreno", burla que se pone a tono con las fiscalías especiales y demás eslabones oficiales de esta cadena de ignominia), lo cual explica en parte la ausencia de público en cantidad y calidad. A mitad del largometraje que dura 96 minutos hay un salto atribuible a la exhibición, no a la realización (como para confirmar que la tolerancia del público asistente a la cineteca no tiene límite), y entonces todo apunta coincidentemente a la complicidad de Vicente Fox y sus allegados en la continuación de esta espiral de criminalidad impune. A saber cuánto tiempo del documental nos escamotean, quizá con una mutilación que no pasa de ser un fallido intento de censura o quizá con la pérdida accidental de unos cuantos segundos, pero de ningún modo escapa ese círculo de poder en las alturas a los indicios desde abajo, aunque las acusaciones directas, con nombres y apellidos, cuando las hay, no pasan de funcionarios intermedios. Una de las protagonistas de este documental y el cortometraje de hace seis años, Alejandra Andrade, madre de Lilia Alejandra García, una joven asesinada con todos los agravantes que concurren en el síndrome de Ciudad Juárez, menciona los nombres de esos funcionarios en una manifestación pública, pero el documental como tal no hace acusaciones; cuando se trata de Fox y sus amigos, hace más bien insinuaciones tímidas, por no decir cobardes. Sergio González Rodríguez, autor del libro Huesos en el desierto, por ejemplo, dice ante la cámara lo que sabemos desde hace casi una década: que algunos empresarios presumiblemente implicados en esta masacre de mujeres financiaron la campaña de Fox, en consecuencia endeudado a la sazón con poderosos criminales, en consecuencia más poderosos a la sazón del sexenio pasado y de los cuales no es mencionado aquí ni un solo nombre, vaya, ni siquiera el de Lino Korrodi, artífice financiero de Amigos de Fox y suegro de Valentín Fuentes, uno de los principales autores de la barbarie genocida en Ciudad Juárez, como bien lo sabe el FBI gringo y no creo que lo ignore la PGR mexicana. Tampoco se dice que Francisco Barrio, política y personalmente cercano a Fox y Sahagún, fue presidente municipal de Ciudad Juárez, cuya delincuencia organizada financió su campaña para ser electo gobernador del estado de Chihuahua en 1992, cuando sucedieron los primeros casos de mujeres victimadas con patrones similares en el bastión del cártel de Juárez (el documental ubica el inicio de esta pesadilla en 1995, otro error).

No olvidemos que Francisco Barrio culpó de su propia desgracia a las mujeres secuestradas, ultrajadas, torturadas, mutiladas, asesinadas y desaparecidas por ser "provocativas" y consideró "normal" el número de casos; durante su mandato como gobernador, el cártel de Juárez se expandió hasta ser el más grande del continente, con Amado Carrillo a la cabeza, desplazando inclusive a los colombianos. De hecho, Barrio tomó posesión del cargo en octubre de 1992, unos meses antes de que Amado Carrillo asumiera el control del cártel en abril de 1993, luego de la detención del jefe anterior. A pesar de los indicios de negligencia, omisión y encubrimiento en las investigaciones de los feminicidios, indicios ampliamente documentados por periodistas y organizaciones independientes en defensa de los derechos humanos, así como por las madres de las víctimas, algunos funcionarios del equipo de Barrio ocuparon más tarde puestos de alto nivel en el desgobierno de Fox, como el ex procurador general de justicia del estado, Francisco Javier Molina, y el ex primer comandante de la policía judicial, Alejandro Castro... Nada de eso informa el documental.

Entre los familiares de las víctimas nadie quiere nombrar tampoco a los grandes empresarios, porque su poder fáctico o su influencia directa en el poder formal infunde tanto miedo como cualquier otra mafia, llámese cártel de Juárez o amigos de Fox, pero el documental dibuja con claridad gráfica el mapa de las zonas bajo su dominio y la confluencia en el hallazgo de cadáveres femeninos; esa es quizás, en términos panorámicos, su mayor aportación.

Para alguien medianamente informado, Bajo Juárez no aporta nada nuevo en cuanto a documentación, pero en lo personal hay algo que logra calar bastante hondo y no deja de vibrar en mi obsesiva mente, o sea, en mí, obsesivamente: Diana Washington, que ha investigado con valentía y lucidez el escabroso tema como reportera de El Paso Times y autora del libro Cosecha de mujeres, dice que hay policías contratados para llevarse los cadáveres de mujeres asesinadas en fiestas de gente poderosa y dejarlos en otros lados; este hecho, aunque no es sorprendente, desvela una trama criminal con elementos suficientes para una novela policiaca o el guión de una película de ficción inspirada en la realidad, que suele superar a la imaginación cuando se trata de maldad patológica o perversidad, por supuesto, relacionándolo con las sospechas más difundidas, a saber, que hay por lo menos dos asesinos seriales que operan al amparo de una amplia red de complicidades, en la cual están directamente involucradas las autoridades judiciales, cuyo principal papel es la fabricación de culpables...

En fin. Cuando pequeñas frases como "cadena de impunidad" se hacen lugares comunes estamos ante un trágico fenómeno y quizá la mayor de las tragedias sea que nos acostumbremos a ellas.

Aunque nada es nuevo en términos informativos, a pesar de que la investigación abarca de 2001 a 2007, nada es trivial tampoco en el documental, ni siquiera sus omisiones, pero hay algo más allá de los datos que toca fibras sensibles: la dignidad de los familiares de las víctimas, incluidos los chivos expiatorios, algunos de los cuales mueren en la cárcel bajo circunstancias sumamente oscuras; el aspecto humano de la tragedia tiene aquí una expresión más nítida y cálida que la información objetiva y fría.

Carmen Argueta, una señora de condición paupérrima y apariencia muy frágil ("así de flaca y chimuela como me ven"), que lucha de por sí para sobrevivir, tiene que luchar también para encontrar a su sobrina Neira y después para liberar a su hijo David Meza, injustamente detenido por el asesinato de la muchacha y los demás delitos que preceden a la desaparición forzada; es un caso emblemático, pues la señora saca fuerzas de su dignidad; el hijo regresa de Chiapas, donde trabajaba, para presionar a las autoridades locales, hasta que el procurador Chito Solís, bajo el mandato de Patricio Martínez, les dice: "¡Ya me tienen hasta la madre! ¿Quieren un culpable? Mañana mismo lo consigo". Entonces aparece el cadáver de la desaparecida, y la policía detiene a David Meza y al padre de Neira, los tortura física y sicológicamente, sobre todo al primero, y la "justicia" lo condena con puras pruebas falsas pero "suficientes y bastantes". En la pantalla vemos a un hombre moralmente derrotado, pero sabemos que si no fuera por doña "flaca y chimuela como me ven" ya lo habrían matado en la cárcel, como a otros chivos expiatorios, y punto, caso cerrado. "No me puedo dar el lujo de enfermarme", dice la señora; "no me puedo dar el lujo de morirme, porque para mí sería un lujo", y al decir "para mí" libera un llanto contenido quizá durante días o semanas; sus palabras y actitudes coinciden con las de otras mujeres cuyas luchas tengo presentes ahora y que ya comentaré; más adelante, vemos cómo le impiden pasar a Los Pinos, en donde tiene concertada una audiencia con Fox; no es la primera vez que tiene audiencia, pero en esta ocasión intenta pasar con su familia y no la reciben, por lo que dice a la cámara: "Ya no me dejan pasar a mí tampoco y eso es lo que más me descorazona". Rompe otra vez en llanto y continúa: "De por sí somos pobres y ahora con esto no podemos trabajar, no tenemos dinero. ¿Sabe usted cuánto nos cuesta venir hasta acá para nada? ¿Qué vamos a hacer ahora con esta miseria?". El episodio es especialmente dramático, pues la mujer habla con el rostro empapado por las lágrimas y una elocuencia desgarradora que termina diciendo: "Imagínese lo que sentí cuando vi a la fiscal especial riéndose mientras metían a nuestra niña en una bolsa", y las imágenes muestran a la fiscal especial riéndose con singular alegría mientras cierran la bolsa de plástico en donde yace la muchacha asesinada luego de vejarla con un sadismo que avergonzaría inclusive al marqués de Sade.

No menos estrujante y lacerante es el testimonio de una menor de edad, secuestrada por un grupo de policías que la penetran por la vagina y el ano con el cañón de una pistola como castigo por haber denunciado a sus secuestradores y violadores (leíste bien, no es necesario repetirlo). Carajo, piensa uno. ¡En qué pinche mundo vivimos!

Alejandra Andrade, madre de Lilia Alejandra García, es una mujer físicamente más grande que termina ocupando el lugar de su hija asesinada; ahora es la mamá de sus dos nietos, que se convierten en la principal razón de su existencia y su lucha; la fortaleza y la dignidad que crecen en ella y la transforman son algo digno de encomio y solidaridad, así como un ejemplo a seguir, que despierta simpatía y contagia coraje y energía; su esposo murió de cáncer por no tener con qué pagar los medicamentos y ahora ella sabe hasta de medicina forense por el seguimiento puntual al caso de su hija. Vaya paradoja: la gente más pobre, además despojada de algo tan valioso como una hija, se crece en el castigo, como dice Miguel Hernández, comparándose con un toro desangrado, cuanto más herido, más bravo.

Indignación y coraje provoca este documental, aunque refritea, como ya dije, episodios que hemos visto desde hace años, uno de los cuales es la famosa conferencia de prensa en donde Jane Fonda, entre otras celebridades, primero llora mientras las demás hablan y, en su turno, se descarga contra los secuestradores, violadores, torturadores y asesinos de mujeres, y contra las "autoridades" que terminan de arruinar a los familiares de las víctimas, como si no fuera suficiente su desgracia, y los hacen pagar la culpa de otros a quienes tienen perfectamente identificados... Confieso que al principio me resultó más bien molesto el llanto de Jane Fonda mientras las demás hablan; me pareció un llanto protagónico el suyo, quizá predispuesto yo por las ocasiones que aprovecha Ofelia Medina para llorar sin consuelo ni consideración alguna; pero al traducir su duelo en indignación y cólera con un discurso inteligentemente articulado y demoledor que no deja piedra sobre piedra, Jane Fonda se confirma como la mujer admirable que en su juventud llamó a desertar del ejército gringo para acabar con la ignominiosa y criminal intervención de Estados Unidos en Vietnam, a riesgo de ser acusada de "alta traición" y condenada a muerte. Aunque Jane Fonda es la mejor actriz del siglo XX, por lo menos en Hollywood, no parece actuar al tomar la palabra esta vez y, después de aludir a la corrupción y al racismo de las "autoridades" mexicanas, terminar arremetiendo incluso contra los periodistas presentes: "¿Por qué tienen que venir figuras y estrellas internacionales para que haya tantos reporteros en una conferencia de prensa y la muerte de tantas mujeres vuelva a ser noticia?" En otras palabras: ¿En qué parte del camino perdimos la sensibilidad y la capacidad de asombro? ¿En qué momento dejamos de ser humanos?

Quizá gente como la que asiste a la Cineteca Nacional para platicar a gritos con los pies en las butacas delanteras mientras alguien documenta que cientos de mujeres, en su mayoría jóvenes proletarias, son sistemáticamente convertidas en objetos desechables, y sus familiares, si acaso encuentran algo, es más injusticia... Quizá gente como la que pide su boleto en la taquilla "para las muertas de Juárez" y le interesan más unas palomitas de maíz... Quizá los que sabotean estos documentales y todo cuanto pueden sabotear, no solo porque son miserables de mente y alma, sino porque además es la encomienda del fascismo usurpador y su enanismo magno... Quizás esta gente, sin saberlo, haga suyo el cinismo de Stalin: la muerte de una persona es una tragedia; la de cientos o miles de personas, así esté precedida por una saña inhumana de rabiosa crueldad, es un dato estadístico.

22.50 horas. En la sala 5 no queda nadie más que yo, leyendo los "agradecimientos finales", cuando se oscurece la pantalla y se apaga el sonido; el ácaro ha decidido que la película ya terminó; volteo a verlo para que se lleve al menos una mirada de reclamo, pero el cuarto de proyección está oscuro. Antes de irme, paso de nuevo al baño y allí sigue el charco de agua sucia y todavía no hay papel para secarse las manos. Qué bonito lugar, pienso. Qué bonita ciudad. Qué bonito país. Que bonito mundo.

[] Iván Rincón 4.04 AM

Foto: Alfredo Estrella (AFP)